Teenager (Blogtober2019)

por Fran Iglesias

Mi compañera y manager en Holaluz Mavi Jiménez va a hacer un dibujo cada día del mes sobre una palabra propuesta en twitter. Y aquí vamos a intentar escribir un post por cada una de ellas.

Teenager

En mi búsqueda de trabajo, que ya comenté alguna vez en el blog, una vez me entrevistaron de una empresa de Madrid. Una de las preguntas fue si, dada mi edad (alrededor de los 48 años entonces), tendría problemas al trabajar con gente más joven que yo.

A ver. Veintidós años en el sector educativo, trabajando a diario con niños y adolescentes, me dan una cierta experiencia como para sentirme cómodo en un entorno con gente más joven. De hecho, en Holaluz, mi gap de edad con respecto a mi equipo es de casi veinte años y me atrevo a decir que a nadie le importa lo más mínimo.

Pero debería hablar de adolescencia…

Tendría unos quince años cuando conseguí mi primer ordenador. Era un Sinclair ZX-Spectrum, con 16 KB de RAM, que luego se ampliarían a los 48 KB que podía gestionar. El resto, hasta los 64K que podría direccionar el procesador Z-80 eran para la ROM que, como la mayoría de ordenadores de su categoría, incorporaba un intérprete de BASIC. Es posible que BASIC haya sido el lenguaje con más dialectos de la historia, pues cada equipo traía su propia versión, algo que comenzó a estabilizarse gracias, primero a los MSX y a la expansión del PC. También ha sido uno de los más denostados. Dijsktra decía que escribir en BASIC causaba un daño irreparable que te imposibilitaba para programar en lenguajes “de verdad” en el futuro. Con todo, las últimas versiones del lenguaje ya incluían las estructuras de Dijkstra, como QuickBasic o FreeBasic y otras ideas más modernas, que los pueden hacer útiles como lenguajes de aprendizaje.

De aquella época recuerdo largas sesiones copiando programas de revistas, a veces incluso adaptándolos de versiones para otros ordenadores, como el Commodore 64, o inventando los míos propios como juegos y programas para dibujar o hacer tareas escolares.

Me encantaba.

Aquel lenguaje y aquella máquina tenían grandes limitaciones. Nunca tuve la motivación suficiente para hacer nada en ensamblador, cosa que me hubiera permitido crear cosas mucho más interesantes. Sin embargo, llegué a escribir programas bastante sorprendentes, como una especie de lenguaje LOGO, un sistema de aprendizaje automático que podía responder preguntas sobre información que se le había introducido antes, una aplicación similar al Paint, un generador de laberintos y un desensamblador. Muchos eran mi versión de lo que había visto en las revistas de la época, especialmente Microhobby.

Cuando me fui a la Universidad empecé a dejar esto un poco de lado, aunque seguí programando cosas relacionadas con mi carrera, sobre todo cuestiones de estadística. Más tarde, hice aplicaciones de presupuesto y gestión de obras para una pequeña constructora-promotora, aunque trabajaba sobre FileMaker. Un tiempo después llegué al PHP y al desarrollo de aplicaciones de negocio. Y el resto ya la sabes si lees este blog habitualmente.

Las cosas han cambiado mucho desde que me sentaba ante aquel pequeño ordenador con teclas de goma y un televisor en blanco y negro como monitor, confiando en que no se cortase la luz mientras grababas en una casete el resultado de tanto trabajo.

Ahora todo es bastante más complejo, con muchísima más responsabilidad encima. Las máquinas, los lenguajes, todo es infinitamente más complejo, más rápido, más potente, más grande…

Pero hay una cosa que no ha cambiado.

Me sigue encantando.

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