O las aventuras de un junior de 50 años.
En realidad, a la hora de escribir esto, ya hace trece meses que estoy en Barcelona. A veces no sé si es exacto decir que vivo aquí. Técnicamente es así, pues estoy empadronado, pero haber dejado a mi familia al otro lado del país para trabajar aquí me hace dudar sobre como expresarlo.
En verano de 2017 dejé mi trabajo en el sector educativo. Veintitantos años, la mayoría de ellos en una sola empresa en la que me estaba pudriendo por dentro. Y entonces, pasar página para sumergirme en un mundo completamente nuevo para mi.
Mi primera sorpresa fue el hecho de resultar lo suficientemente interesante para varias empresas. Antes no tenía ninguna referencia del estado de mi perfil como desarrollador PHP. El hecho de pasar varias pruebas técnicas con éxito hizo que pudiese pensar que, al menos, había hecho algunas cosas bien y que había elegido bien mi particular ruta de aprendizaje.
Mi primera empresa en Barcelona fue Atrápalo, donde estuve seis meses. Finalmente no encajé allí, pero pude aprender bastante de cómo es trabajar en un equipo de desarrollo (venía de trabajar solo), con nuevas metodologías y tecnologías que no había tenido ni la necesidad ni la oportunidad probar a fondo.
Al dejar Atrápalo entré en Holaluz. Tengo que decir que Holaluz hubiera sido mi primer trabajo en Barcelona aunque en su momento no pudo ser. Más vale tarde que nunca. Me encanta trabajar en Holaluz porque en muchos sentidos es cómo me imaginaba que sería, así que siento que encajo y que, aunque me queda mucho que aprender, aquí sé que podré hacerlo.
Soy un candidato ideal para eso que llaman el síndrome del impostor por el modo en que llegué a aprender a programar y a convertirme en desarrollador, sin embargo no me siento así. Me doy cuenta de mis carencias a nivel de ciertas tecnologías concretas pero, a cambio, me siento bien en lo que respecta a fundamentos y, curiosamente, creo que es gracias precisamente a mi trayectoria.
Las tecnologías concretas se aprenden y muchas veces podemos sobrevivir con unos conocimientos básicos y algunas recetas bien probadas, dejando para otros más expertos los casos más particulares. Con el tiempo ganas la experiencia necesaria para utilizarlas con soltura.
Pero los fundamentos de programación hay que masticarlos, reflexionar, criticarlos, discutirlos, aplicarlos a la práctica… En el trabajo a veces bromeamos diciendo que “programar es de letras, no de ciencias”.
Estudié la carrera de Psicología y ahora me encanta trabajar en un entorno en que me resulta sumamente valiosa esa formación: ¿Machine Learning o Inteligencia Artificial? Check. ¿Modelos estadísticos? Check. ¿Soft skills? Check. ¿Modelos conceptuales para representar entidades en el dominio? Check. ¿Patrones? Check.
En fin. En eso he tenido suerte.
Después de trece meses sigo un poco sorprendido y descolocado. Me sigo sintiendo un novato, inseguro en muchas cosas, aprendiendo en otras, un junior de 50 años que no sabe qué va a pasar mañana, ni que le deparará el futuro.
Todos los días, caminando por Barcelona, ciudad que me encanta (bueno, más bien estoy enamorado de Barcelona), me pregunto qué hago aquí. Con 25 o 30 años esta sería una situación ideal, con un mercado laboral que te permite prácticamente escoger dónde y cómo quieres trabajar. Con 50 y una mochila muy llena a la espalda resulta, cuando menos, extraño.